AQUELLA BIBLIOTECA ESTABA ALLÍ
Crecí sin bibliotecas. No las había en casi
ningún pueblo de España. Así que mi infancia transcurrió con pocos libros y
muchas ganas de leer No me quejo, ya que me da la impresión de que la carencia
alimentó el deseo. En casa teníamos una pequeña estantería de madera en la que
cabían todas las obras que poseíamos. Tampoco me quejo, ya que la escasez
condujo a la relectura de los textos hasta exprimir cada detalle. Si leer es
importante releer es fundamental para fijarse en las argucias que utilizan los
autores. En el colegio de EGB leer ficción constituía una recompensa. Agradezco
a mis maestras que tuvieran el acierto de premiar nuestra diligencia en el
estudio o el buen comportamiento con un rato de lectura. Los cuentos estaban
custodiados bajo llave en una vitrina. Podíamos verlos a través del cristal,
pero no podíamos tocarlos. Algunos días la maestra abría la vitrina y colocaba
los codiciados volúmenes sobre su mesa. Obteníamos el permiso para coger un
ejemplar solo si habíamos acabado las tareas y el comportamiento había sido el
adecuado. Nunca, ni siquiera ahora, me ha abandonado esta visión de la lectura
como premio que me aguarda al final de la jornada. La primera vez que entré en
una biblioteca pública fue en la ciudad de Cáceres, cuando era adolescente. No
sé por qué fui, pero sí recuerdo el impacto que me produjo el lugar. Mis ojos
no podían creer lo que veían. Los libros no estaban bajo llave, sino en
estanterías abiertas, a disposición de los usuarios. Podían cogerse con total
libertad y de manera gratuita. Estaba permitido recorrer los pasillos situados
entre las baldas y acariciar los lomos suaves de las distintas
encuadernaciones. En el mostrador me explicaron que, además, con un carnet
gratuito, podía llevarme algunos ejemplares, tenerlos unos días y después
devolverlos. Para mí, aquello era un milagro. Como ya le había sucedido antes a
Jorge Luis Borges, aquel lugar recién descubierto me pareció el paraíso. O
dicho de otro modo si el paraíso existía, tenía que parecerse mucho a una
biblioteca. En medio del silencio me invadió una sensación de libertad
absoluta. Yo decidía por primera vez qué y cuánto leía, así que convertí muchas
tardes y algunas mañanas de fin de semana en un festín de libros. Resultaba un placer
pasear por el pasillo de la “P” dedicado a la poesía, coger ejemplares al azar
y pasar el tiempo leyendo poemas de todos los estilos y apuntando los versos
que me parecían más hermosos o que tenían algo que decirme. Me maravillaba cómo
aquellos autores componían textos con imágenes deslumbrantes y con una
musicalidad que yo era capaz de escuchar en el fondo de mi mente, muchas veces
de pie, junto a una estantería. Desde entonces nunca he dejado de acudir a las
bibliotecas. Las salas de lectura me han acogido en los años de estudiante, los
fondos de documentación han facilitado mis investigaciones y la zona infantil
ha recibido a mis hijos con juegos y cuentos bellamente ilustrados, a los que
también ellos podían acceder con total libertad. La primera vez que entré con
mis hijos en la biblioteca pública de Badajoz sentí que la historia comenzaba,
esta vez sí, por el principio.
Las cosas más simples son muchas veces las más
maravillosas, pero suelen pasar desapercibidas precisamente porque nos
acostumbramos a poseerlas. Las bibliotecas son un impulso inesperado de la
humanidad que ha recorrido los siglos hasta llegar a nosotros. Alguien, en
algún momento, en algún lugar, tuvo la feliz idea de recopilar libros, que
entonces eran un artículo de lujo, y de habilitar espacios al servicio de
lectores interesados que no disponían de fondos en su propia casa. Esta
Iniciativa, que ahora nos puede parecer simple, revolucionó el mundo porque
permitió a muchas personas el acceso a la información y ala cultura. Hay quienes
siempre temen el futuro y lanzan ideas apocalípticas acerca de las amenazas que
se ciernen sobre estos espacios públicos. Creo que nada hemos de temer, porque
las buenas ideas, y las bibliotecas lo son, perduraran a lo largo de los siglos, mientras el ser humano
desee compartir el conocimiento. Charles Bukowski, un autor maldito e
iconoclasta como pocos, confiesa en un poema que la biblioteca de su ciudad fue
su tabla de salvación: “…aquella biblioteca estaba / allí cuando yo era / joven
y buscaba / algo / a lo que aferrarme".
Yo también siento que las bibliotecas han cambiado el curso de mi existencia. Porque crecí sin bibliotecas, sé bien lo importante que fue tener la suerte de acceder a una en la adolescencia. Pero no me quejo. No disponer de una biblioteca en la infancia me ha hecho ser consciente de su necesidad durante el resto de mi vida.
Yo también siento que las bibliotecas han cambiado el curso de mi existencia. Porque crecí sin bibliotecas, sé bien lo importante que fue tener la suerte de acceder a una en la adolescencia. Pero no me quejo. No disponer de una biblioteca en la infancia me ha hecho ser consciente de su necesidad durante el resto de mi vida.